Castillos en el aire:

 

 

A veces exigimos unos valores a los otros que nosotros, por falta de coherencia, somos incapaces de cumplir. De la misma forma que pedimos a los políticos austeridad, transparencia, honestidad y buena gestión económica, deberíamos aplicarla también a nuestra actividad cuando manejamos un dinero que no es nuestro, de una entidad sin ánimo de lucro. Porque la gente gasta con mucha alegría el dinero que gestiona cuando es de los demás. Y esto en el mundo del ajedrez puede inscribirse perfectamente. Cuando se acerca el campeonato autonómico o nacional, a algunos se les ofusca la mente y se gastan un dinero que no tienen o que compromete la solvencia de la entidad durante años.

 

No pasa nada si una entidad sin ánimo de lucro como los clubs de ajedrez, acaban el año con un pequeño superávit económico. Lo que está prohibido es repartir dinero entre los socios, pero no que halla un sobrante para imprevistos. Pero la gente no aprende y a pesar que la historia está llena de clubs que llegaron a División de Honor y si no han desaparecido bajaron diversas categorías cuando se les acabó el dinero, cada año hay personas con sueños de grandeza que invierten en multitud de jugadores profesionales que no podrán aguantar el año siguiente, en detrimento de los jugadores locales de toda la vida.

 

Para mi los club de ajedrez cumplimos una función social, especialmente en la formación de los niños y jóvenes, a los que enseñamos unos valores como la educación, el trabajo en equipo y el compañerismo, además de los conocimientos específicos de ajedrez. Nuestro único objetivo no puede ser estar en la División de Honor, ni hacer un torneo con 20.000 € en premios. Si se puede llegar a la máxima categoría mejor, pero si no, pues no pasa nada. La prioridad de una entidad debe ser la atención a los socios y nuestra función social, y no el elitismo. Esa es la manera en tener un futuro más o menos garantizado para la entidad: el buen ambiente y la amistad entre las personas que comparten una misma afición.

 

Por eso me parecen absurdas las políticas camicaces e insostenibles que llevan a cabo algunos clubs, que si fueran expuestas a los socios en asambleas como debe ser, difícilmente serían aprobadas por la mayoría. Claro que en el mundo absurdo y antinatural en el que vivimos todo es posible.

 

Barcelona, 18 de desembre de 2009  

Ricard Llerins

 

 


 

 

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